Acicalando el mejor de su ánimo, arrastró sus pies hasta la fuente que dejaba fluir su agua fresca y pura como el aire tras una tormenta de verano.
Sorbió el cristalino manjar de entre las palmas de sus manos, se irguió y dejó escapar un suspiro una vez .Oteó el horizonte, y supo que allí, en aquel remanso de paz, alborotado por el piar de las aves traviesas, sería un buen lugar para depositar su cansancio.
Entre sueños y delirios, pudo atisbar entre la delgada linea de la vida y la muerte, que el corazón se le detenía lentamente, su último pensamiento y su última mirada solo tuvo un destinatario